Se Terminó El Sueño Mundialista: Cerrado Por Melancolía, Pero No Tanto
Por Mempo Giardinelli
El inolvidable título del inolvidable Isidoro Blaisten es pertinente: después de la eliminación del seleccionado en el Mundial de Alemania y ante los dueños de casa, los argentinos estamos cerrados por melancolía.
Pero es una melancolía suave, mitigada por el buen desempeño (tres triunfos, dos empates, volver invictos y habiendo jugado tan bien como quería todo el país) e incluso por la inesperada buena educación del plantel, el bajo perfil, la modestia. Fue hermoso mientras duró.
Y nos permitió a todos los argentinos estar hermanados, y no importa si fue una fraternidad efímera, cortita. Lo que importa es que fue una ilusión cierta, grande y tangible. Y no nos la dio ningún charlatán sino un equipo que pintaba para demostrar que —por lo menos en el fútbol— podemos ser los mejores del mundo.
Y quizás lo somos, porque ni Alemania, ni la mediocre Italia, ni Portugal ni Francia fueron más. Y ni se diga del fiasco que fue Brasil. Ninguna selección nacional ha mostrado mejor fútbol que el de la nuestra. De manera que, en la tristeza, tenemos para celebrar. Duró poco, es cierto, pero no tan poco. Veinte días de ilusión no son despreciables.
De manera que ahora, como se decía antes, que gane el más mejor, pero de los que quedan. Y nosotros volvamos a lo nuestro, que es mucho y no todo hermoso. Por eso corresponde, apenas, un duelo chiquito. Porque la realidad vuelve siempre, como Sísifo, el peronismo o las hormigas (cada quien escoja la imagen que le cuadre y guste). Y pega siempre, como Monzón, Mike Tyson o la gotita. O sea, se acabó el Mundial y todo vuelve a estar en su lugar.
Ahí están los amenazantes superpoderes, los indígenas chaqueños fregados como siempre, los celulares abusándonos a todos, el gobernador de Misiones logrando su reelección eterna como Gildo en Formosa, medio país lleno de pistas de aterrizaje clandestinas, los dinosaurios retiro efectivo meta fragotear, la telebasura superándose a sí misma durante y después del Mundial, y encima se murió un joven talentoso como Fabián Bielinsky.
Vaya que tenemos motivos para lamentarnos, duelos profundos, medulares. Tenemos duelos para tirar para arriba, nosotros. Por donde uno mire. De manera que hacer un largo drama por una eliminación futbolera resulta hasta inmoral. De manera que duelo sí, claro, pero chiquito.
Que la Argentina sigue con el 40% de su población en la pobreza y la indigencia, y nada indica seria ni consistentemente que se vaya a cambiar la pésima distribución de la riqueza con equidad y justicia. Y es claro que está muy bien, y hay que aplaudir, ciertas políticas K que muchos esperábamos desde hace décadas.
Bien los Derechos Humanos, la Educación, la Cultura, la política de Defensa, algunos logros en Salud, bravo por todo eso. Pero falta tanto, tanto, y dan tanta bronca ciertos abusos del poder, que los duelos grandes siguen, todos, en pie.
Se llaman hambre; chicos explotados y abusados y abandonados; un desempleo feroz que se pretende achicar dibujando que los jefes y jefas de hogar son laburantes; y un sistema fiscal que sigue haciendo pagar impuestos a los más pobres mientras los ricos, los chorros y los grandes evasores hacen congresos sobre políticas económicas y se preparan para la próxima temporada en Punta del Este.
Perdimos una clasificación que estaba al alcance de la mano y que merecimos mucho más que cualquiera de los cuatro equipos que quedan (europeos los cuatro, claro, como quería el señor Blatter). Sólo eso perdimos, ni siquiera un partido porque la Selección terminó el Mundial sin derrotas en la cancha. Y ninguna otra jugó mejor al fútbol que la nuestra.
Debemos sentirnos orgullosos por eso, y aceptar que el viernes fue un día triste. Pero la melancolía puede y debe tener mejor destino, entre nosotros. Hay demasiado que hacer, demasiado que corregir.
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