Cada Vez Más Chaqueños Emigran A Rosario
Chaco Día Por Día - Miércoles 15 de febrero de 2006.
Por la pobreza y la falta de trabajo. Una nota publicada por el diario La Capital del martes 14 de febrero, da cuenta de la constante emigración hacia algunos barrios de esa ciudad santafesina.
Empujados por la caída del precio del algodón, la sequía y la pobreza, numerosas familias del norte del país están llegando a Rosario. Buscando amparo en casas de familiares o conocidos van ensanchando los límites de los asentamientos irregulares de las zonas oeste y noroeste de la ciudad o creando nuevas áreas dentro de estas barriadas.
Y si bien no existe un relevamiento oficial sobre la cantidad de nuevos migrantes que arriban a Rosario, referentes del barrio toba de Roullión al 4300 aseguran que al menos una familia por semana llega a la ciudad detrás de la promesa de hacer alguna changa o conseguir un rebusque vendiendo artesanías o trabajando en la construcción.
"Si bien la llegada de gente de afuera es un proceso que nunca se detuvo, desde el año pasado se hace mucho más patente y creo que se da en función de visualizarse ciertas oportunidades en la ciudad", sostiene el secretario de Promoción Social del municipio, Pedro Pavicich.
Desde la Secretaría de Promoción Comunitaria de la provincia, la experiencia es similar. Quienes trabajan en los Centros de Desarrollo Zonal instalados en la zona sur o la zona oeste de la ciudad han advertido no sólo el crecimiento de los asentamientos que se ubican detrás de la Circunvalación, sino de familias que "circulan de villa en villa buscando un lugar donde instalarse", cuenta el subsecretario de Promoción Comunitaria, Alejandro Goldberg.
De todas formas, aclara, "no se trata de un fenómeno alarmante, pero sí para ir teniendo en cuenta" y lo relaciona rápidamente con "la esperanza de la gente de conseguir trabajo en Rosario".
Lo que los une son los motivos que los empujan a Rosario. "La cosecha mermó, el corte de madera también, entonces vienen porque necesitan vivir, buscar trabajo". Así emprenden el viaje que, puede durar una semana, ya que el dinero del pasaje apenas alcanza a costear algunos tramos.
En el mejor de los casos, los varones podrán conseguir alguna changa en la construcción y juntar algunos pesos. Otros no resisten. No se adaptan al clima o a vivir en la ciudad y en pocos meses, se pegan la vuelta.
En todos los casos, la facilidad de encontrar alojamiento y la esperanza de conseguir algún rebusque cirujeando, vendiendo artesanías o trabajando en la construcción, apura la decisión que los llevará a llegar a Rosario.
"No es que la gente viaje del Chaco a Rosario porque quiere, sino que lo hace casi por una obligación, porque tiene que seguir viviendo". Así resume Abel Paredes los motivos que empujan por estos días a numerosas familias a viajar más de mil kilómetros para asentarse en la ciudad.
Yanina llegó la semana pasada de Resistencia siguiendo los pasos de su marido. El pasaje 1835 está repleto de chicos. Y hasta posan luego de revolotear alrededor de Yanina, quien, sentada en una silla en la puerta de una vivienda de material, primero mira desconfiada y luego se dispone a hablar.
Según cuenta, llegó a Rosario hace una semana y se instaló en la casa donde la convocó su marido. El no quiere hacerse ver y ella mira lejos para recordar que viene del barrio toba de la capital del Chaco, Resistencia. "Mi esposo se vino hace seis meses y ahora trabaja, por eso yo me vine", asegura.
Sin embargo, pese al desarraigo, ninguno expresa dolor, y hasta se sienten contenidos. Los primeros tobas que llegaron en los 80 fueron los más perjudicados por la segregación. Pero hoy la cosa cambió. Son muchas personas del mismo origen étnico, de las mismas localidades chaqueñas y formoseñas, y hasta de las mismas familias, y el efecto del viaje no es tan devastador.
Bernarda dejó atrás los campos secos de Machagai y se instaló con familiares. Bernarda habla bajito pero firme. Su hermano vive en Rosario desde los años 80 y debió convencerla para que cuente su periplo. Salió de Machagai, un pueblo ubicado a unos cien kilómetros al oeste de Resistencia, Chaco, y llegó anteayer a Rosario. Vino del campo para encontrarse con su familia.
"Logramos hacer unos pesitos, porque el colectivo está caro, y ahora estoy con ellos", dice mientras se acomoda a la sombra de un arbolito que aminora el poder del sol. ¿Y ahora vienen ellos?, se le pregunta: "No sé, para qué le voy a decir. Lo van a pensar, porque allá casi no hay trabajo". Bernarda se refiere a su marido y a sus siete hijos, cuatro varones y tres mujeres.
En el Chaco "lo único que hacen es trabajar en el monte. Pero ahora hay poca madera. Nos mantenemos haciendo carbón y cortando palos. Allá hay mucha necesidad", aclara, como si hiciera falta.
Las empresas forestales los dejaron sin bosques, las represas sin animales y, por si faltaba algo, ahora llegó la sequía. "La seca es terrible. Ahora van a hacer unos pozos para la gente de ahí, sinó hay que ir hasta el pueblo", comenta para agregar: "Llueve a veces, pero así como llega, también rápido se va (por el agua)".
Su hermano Roberto, quien parece hizo la invitación necesaria, afirma que allá tenían "una hectárea donde sembraban algodón, pero se los pagan con centavos". Además, cuenta que antes se podía vivir de pequeños sembradíos y de la caza de animales para comer y vender las pieles.
A la cosecha se la comió la sequía y las autoridades prohibieron atrapar a diversas especies de animales. "¿Qué se puede hacer entonces?", se lamenta el hombre. Los ojos de Bernarda denotan tristeza aunque continúan vivos cuando se mueve para sus labores. La energía y la convicción está, sólo falta que el contexto ayude. Un poco nomás.
Fuente: (Diario La Capital)
0 Comments
Publicar un comentario
<< Home