Docentes del Chaco y Sus Vivencias -Argentina- "Un pueblo inculto es más fácil de dominar"

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jueves, abril 13, 2006

Papeleras: De Controles, Botines Y Prepotencia

Clown Fish
La siguiente es la columna semanal del escritor y periodista chaqueño Mempo Giardinelli, publicada en la edición 161, del jueves 13 de abril, en la Revista Debate.

Atacada de sensatez, o de necesidad de ella, la semana pasada esta página se pronunció por la inevitabilidad de la construcción de las papeleras uruguayas a condición de garantías anticontaminantes vía férreos controles binacionales.

Se sostuvo aquí que el conjunto de factores en juego —respetar los compromisos históricos, la soberanía de cada nación, los intereses de los trabajadores uruguayos, los de la comunidad de Gualeguaychú, y el indispensable cuidado ambiental— imponía proceder con sabiduría, serenidad y firmeza.

Sonó muy bien, muy sensato. Políticamente correcto. Pero impracticable, como se ve ahora que las cosas se desbarrancaron hacia el desdichado campo de las ofensas gratuitas, como la que el ministro Aníbal Fernández propinó al país hermano al decir, en estilo barra brava, que no hay que hablar con el gobierno uruguayo sino con los gerentes de las papeleras. Una torpeza inconmensurable, justo en medio de una semana en la que nuestra Cancillería había guardado un saludable silencio.

Y torpeza que se agiganta cuando se agita el fantasma de La Haya. Porque, seamos serios, si a ese tribunal la Argentina no acudió ni siquiera por los problemas fronterizos con Chile ni contra Inglaterra por Malvinas, ¿vamos a ir ahora contra Uruguay?

Y eso, además de que conviene recordar que en los tribunales internacionales la Argentina siempre pierde, debido a lo inoperantes y erráticos (en el mejor de los casos) que suelen ser nuestros representantes y abogados.

Para empezar, todos sabemos, aquí y dondequiera, que las plantas celulósicas siempre contaminan, como contaminan casi todos los emprendimientos industriales. Eso es —eso sí— inevitable. De ahí que los ambientalistas más dogmáticos subrayan que “en realidad no existe lo limpio”.

Hay también una generalizada indignación por la prepotencia capitalista de una de las empresas. No es novedad, pero es una actitud que obliga a repensar la idea de "hacerlas y controlarlas", porque la Argentina y el Uruguay son dos países de malas tradiciones ambientales, especialmente el nuestro.

Y también tienen pésimas tradiciones en materia de control estatal, especialmente el nuestro. Y ambos han sido y son gobernados por presidentes carismáticos que, sin embargo, no siempre se sienten obligados a respetar lo que dijeron que harían.

Lo anterior —ultracomprobado hasta el cansancio y el dolor en nuestras respectivas historias— define la argumentación de una combativa ambientalista del Sur argentino, que me escribe: “Llevamos dos siglos de mal en peor: desde los saladeros al borde del Riachuelo hasta Atucha 1, pasando por YPF y la Alumbrera; por un SENASA que oculta veneno bajo la alfombra o lo entierra; por las petroleras privadas en la Patagonia y en Salta; por las deforestaciones criminales en Salta, Santiago del Estero, Chaco y Misiones. Y corresponde mezclar empresas del estado con las otras, sean nacionales o multi, porque a la hora de contaminar todas tienen la misma camiseta”.

En un punto, por lo menos, no se equivoca: ha sido imposible controlar nada en este país en que los controladores suelen resultar descontrolados contaminadores, como se supo hace poco cuando las denuncias contra la CNEA y el CEAMSE.

Además, estas papeleras venían promoviendo megaplantaciones de eucaliptos desde hace años, y mientras en ambas orillas sobraban esnobs convencidos de que plantar árboles era lo "top" verde, bajaron las napas y las contaminaron con plaguicidas para cuidar los plantines. El resultado será un suelo empobrecido y desertificado, y un acuífero deprimido.

Por ignorancia o esnobismo, entonces, los pueblos reaccionan tarde. Y mientras tanto, a las multinacionales les resulta fácil arreglar con ciertos controladores de turno acerca de cómo, cuándo y qué dirá el “informe técnico” final.

“Para los que ya pasamos por la escuelita de reciclar papel y pintar pancartas —me dice un veterano ecologista duro— el debate no pasa por si las papeleras más arriba o más abajo; o si deben ser controladas por Pedro o por Juan. La cuestión pasa por el NO a las papeleras uruguayas y también NO a las papeleras argentinas, que las tenemos”.

¿Que esto es parte de las viejas inconsistencias argentinas? Desde ya. ¿No siguen ahí los desechos en el Riachuelo porteño, que Menem y María Julia prometieron limpiar en mil días, hace más de cinco mil, y para eso se fumaron un montón de millones de dólares?

¿Y las fábricas de celulosa en Misiones? ¿Acaso alguien conoce el censo de celulósicas que tiene la Argentina, su ubicación y sus tecnologías anticontaminantes? ¿Sabe nuestra pobrecita sociedad cuáles son las funciones y sobre todo los logros de las Secretarías de Medio Ambiente de la Nación, de la Provincia de Buenos Aires y de otros estados? ¿Alguien tiene idea, en el gobierno o en la oposición, acerca de las más de 250 fábricas altamente contaminantes que hay en Brasil sobre los grandes ríos que desaguan, exhaustos y polucionados, en nuestro país?

El Paraná y el Paraguay, por caso, ya están bastante contaminados. Hay estudios y pruebas, además de mortandades masivas de peces. E incluso los Esteros del Iberá, nuestra mayor reserva de agua, ya no tiene la pureza de antaño, además de que ha sido loteada y vendida en decenas de miles de hectáreas, ahora de propiedad privada extranjera, obviamente encubierta. Para los que vivimos en el Nordeste nada de esto es misterio.

Si se hacen las papeleras, el día después será terrible. Porque cuando llega ese día, las cosas ya no tienen remedio. Ahí está Malvinas. Primero la guerra con aclamación a Galtieri; después silencio, vergüenza y negación. Y hoy tenemos más combatientes muertos por suicidios que en la guerra.

Y ése es el problema, como siempre: la gente. En el río Uruguay hay muchas ciudades y pueblos que beben de sus aguas; miles de pescadores y comunidades enteras que viven del turismo. No es exagerado decir que todo eso está en peligro.

Y los hermanos uruguayos de Fray Bentos y alrededores no es que no lo ven; es que están desesperados por la falta de empleos. Tenemos que entender que para ellos las papeleras son lo que fue para millones de argentinos el voto cuota menemista: una forma inconsciente de votar a sus verdugos.

Y no importa si Tabaré ayer se oponía y hoy se comporta como un converso que acepta sin ruborizarse el paquete que le dejó Batlle. Como no importa la inconsecuencia del gobierno K, que en algunos aspectos fascina y es digno de apoyo, como en otros se muestra tan proclive a macaneos y corrupciones como sus predecesores.

O sea que estamos entrampados y realmente será dificilísimo salir bien parados de este lío. Pero la culpa no es de las asambleas de Gualeguaychú, como tampoco lo es de los dos mil trabajadores uruguayos que levantan las plantas del otro lado.

La cuestión pasa por entender lo siguiente: acá hay un botín, y el botín son los recursos de países como los nuestros. En procura de ellos es que las multinacionales —papeleras, madereras, sojeras o de lo que sea— cuando vienen a instalarse generan con su sola presencia conflictos locales, embanderamientos y cortes, de manera que la lucha sea entre nosotros, por caso entre uruguayos y argentinos, entre Fray Bentos y Gualeguaychú, y no contra un modelo de capitalismo depredador al que parece que nadie puede detener ni controlar.

Al menos, no en estos dos lados del Plata.

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