Docentes del Chaco y Sus Vivencias -Argentina- "Un pueblo inculto es más fácil de dominar"

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lunes, enero 02, 2006

La Generación Que Viene

Por: Eduardo López
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“Lo lograste, ya sos psicopedagoga”.
“Has cumplido con éxito una nueva etapa de tu vida. Te deseamos éxito en tu porvenir”.
“Gracias, Señor, por esta etapa de la vida y sigue bendiciendo la que vendrá”.
“Ya sos asistente social, felicitaciones por tu esfuerzo”.
“¡Grande! Los que te amamos te felicitamos por tu tenacidad y perseverancia”.
“Llegaste. Tu tesón dará frutos. Encomiable tu conducta. A Dios gracias por ser tus padres”.
“He vivido tu esfuerzo y hoy comparto tu felicidad”.
“Estamos orgullosos de ti. Que Dios te ilumine siempre. Éxitos en tu profesión”.

Estas son algunas de las expresiones que se publicaron el último fin de semana y que se repiten día a día, sobre todo ahora, fin de año, tiempo de cosecha y reflejan en pocas líneas muchos años de esfuerzo, de sacrificio, de frustraciones, de broncas, de alegrías, de satisfacciones por el deber cumplido. Todas historias de vida, guardadas en el cofre de los corazones de unos pocos y que nunca trascienden.

Son médicos, abogados, arquitectos, contadores, ingenieros, agrónomos, veterinarios, psicopedagogos, asistentes sociales, licenciados en comunicación social, martilleros públicos nacionales, corredores de comercio, licenciados en comercialización, licenciados en administración rural y tantas otras profesiones que auguran un futuro promisorio, que hinchan de satisfacción muchos pechos por aquello de “mi hijo, el doctor”.

Es alentador, es conmovedor ver tanto esfuerzo, tanta energía, tanta esperanza, tantas ganas de progresar. Todos hacen hincapié como una llegada a la meta, una etapa cumplida y otra nueva que se abre con promesas de un futuro alentador. Y uno no puede ceder a la tentación de preguntarse ¿qué será de todos estos jóvenes en uno, dos, diez años más; y de toda esa multitud que día a día cristaliza esfuerzos y se incorpora, de alguna manera, al mundo activo?

Siempre se habla de que esta sociedad que supimos construir quienes hoy peinamos canas es decadente, llena de inmoralidades, poblada de corrupción; que ha perdido valores esenciales, como la honradez, el valor de la palabra; que ha desvirtuado el contenido de las instituciones, que ha descuidado la educación, que ha aumentado la exclusión, la pobreza y la indigencia, y ha potenciado el clientelismo; que ha encerrado detrás de rejas y alarmas las casas y hasta las vidrieras y las instituciones de la democracia … La lista es interminable y en ella debe incluirse la constatación de que no llegan a las máximas responsabilidades los mejores y los más preparados, sino los más hábiles, caraduras y osados.

Pero, al mismo tiempo, en esta sociedad está latente en todos (o en casi todos) un deseo de superación, de solidaridad, de salir de la postración, de superar la corrupción, de ser honestos; todos sentimientos que están en el interior de la mayoría, pero que se frustran al salir a la superficie y terminan ahogados en el maremágnum que es la vida de todos los días.
“Están todos locos”, se escucha decir a modo de balance, a cada rato, al comentar la realidad que nos cuentan los medios de comunicación, que nos acosa en la calle, lo que pasa entre los políticos que dicen honrar a las instituciones, pero en cambio las desvirtúan en su esencia. Todos apurados, todos enojados, todos insatisfechos, todos disconformes con todos, enfrentados a veces hasta en el seno de la misma familia y de las instituciones. Con la mira puesta en el bien particular antes que en el de todos.

En medio de esta jungla deben actuar estos jóvenes profesionales que se incorporan a la vida activa con muchas expectativas; sobre todo de cambio. Algunos sueñan con incorporarse a algún organismo gubernamental, como única tabla de salvación y como una especie de seguro de vida. Otros creen que es posible cumplir lo que soñaron una y otra vez durante su tiempo de formación y se lanzan a la aventura. En unos y otros está la llave de la esperanza para lograr una sociedad mejor, esa que nosotros (los que vamos en retirada) no supimos construir.

Quienes lleguen, nuevos, a las responsabilidades públicas, con su bagaje profesional intacto, tienen la obligación de luchar para el cambio, para que haya una sociedad más justa y menos corrupta. Para que los fondos del Estado, por ejemplo, sean para beneficio de todos y no de una oligarquía que se autodenomina democracia pero que la desvirtúa con su conducta.

Y quienes se abren camino en el sector privado con el ideal de no depender de la dádiva ni ser cautivos, pero con la exigencia de que se cumpla con el deber de promoción y tutelaje necesarios para alentar las iniciativas y para permitir que cada uno sea el forjador de su propio destino.

Por eso, es alentador ver esa catarata de jóvenes que salen con el diploma bajo el brazo de universidades e institutos públicos y privados, tras muchos años de esfuerzo, que constituyen nueva fuerza y nuevos ideales, sin los defectos de hoy y con ideas innovadoras.

Sin alentar falsos optimismos, estos jóvenes que se incorporan a la vida activa son el reaseguro de un futuro mejor. Si nuestra generación no fue capaz de lograrlo, no impidamos que ellos lo logren.

Sin embargo, en los partidos políticos de hoy no hay casi cabida para las nuevas generaciones. O mejor, sólo tienen un lugar aquellos que se perfilan a imagen y semejanza de quienes nos llevaron a la ruina que hoy lamentamos, aunque en sus discursos digan otra cosa.
Si algo cabe hoy, es alentar a que esta nueva fuerza que surge no se frustre y que, aunque cueste, supere las viejas antinomias.
Fuente: Nusquam.
Publicado en Norte, el 18/12/05

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