Docentes del Chaco y Sus Vivencias -Argentina- "Un pueblo inculto es más fácil de dominar"

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viernes, mayo 26, 2006

Más Allá De La Política: El Medio Ambiente Que Viene

Chaco Día Por Día - Viernes 26 de mayo de 2006.
El siguiente es un artículo del escritor y periodista chaqueño Mempo Giardinelli, publicado en el número 167 de la revista Debate, aparecido el jueves 25 de Mayo de 2006.

La semana pasada el sólo anuncio de la posible instalación de una planta de celulosa en la Provincia de Corrientes desató un nuevo conflicto papelero, esta vez interno, entre dos gobernadores vecinos: el entrerriano y peronista Jorge Busti y el correntino y radical Arturo Colombi.

Cuando este último admitió que procura una inversión en Finlandia, Busti lo acusó de actuar con "hipocresía", mientras el director de Recursos Forestales correntino, Luis Mestre, defendía “el desarrollo sustentable” y la baja contaminación que generaría una papelera en su provincia.

El episodio no pasó de ser un sainete de entrecasa, pero debería leerse como otra manifestación de lo que esta página viene subrayando: la carencia de una política ambiental nacional, sumada a la errática acción de las provincias, estimula el espejismo de que estas industrias “crean trabajo” y permite la criminal destrucción de los equilibrios ecológicos productos de la deforestación sin planes ni controles.

De ahí que estas “inversiones basura” —tal debería ser su verdadero nombre— lo único que hacen es limpiar el ambiente europeo ensuciando el nuestro. Por eso es patético que aquí las dirigencias no lo vean —o no quieran verlo, acaso por necedades bien pagadas— y se mantengan anestesiados los indispensables controles estatales.

Cierto que el presidente Kirchner señaló en Viena, y con razón, que somos acreedores ambientales del mundo industrializado que degrada el medio ambiente y nos traslada su polución por razones de menores costos y para cumplir con las reglas del Primer Mundo. Bien dicho, pero no alcanza porque, en los hechos, es sólo otra punzante retórica de este gobierno, que, como otras, no tiene correlato en los hechos.

Esa pasión por las declaraciones agudas debilita acciones como el acto del 5 de Mayo en Gualeguaychú, al constituirse en una prueba de lo que ya se dijo aquí: la falta de autoridad moral de nuestro país en materia ambiental.

Por lo menos desde Febrero pasado, el Paraguay viene denunciando la contaminación del río Paraná por las papeleras radicadas en Misiones. La Secretaría del Ambiente de ese país presentó denuncias formales ante la Fiscalía de Estado contra las “tecnologías obsoletas y contaminadoras” de empresas argentinas como Alto Paraná (de Puerto Esperanza); Papel Misionero (de Capioví) y Celulosa Puerto Piray.

Por cierto, en la Argentina hay por lo menos 11 papeleras que utilizan grandes extensiones de bosque y enormes volúmenes de aguas.

A las mencionadas cabe añadir: Celulosa Campana, Papel Prensa y Massuh (las tres en la Provincia de Buenos Aires); Papelera del Tucumán; Pulpa Moldeada (Río Negro); Papelera del NOA y Ledesma (ambas en Jujuy) y Celulosa Argentina (de Capitán Bermúdez, Santa Fe).

Según el Paraguay, las industrias de Misiones vierten, “sin tratamiento previo, efluentes industriales que contaminarían con sustancias tóxicas al Paraná".

Y en el caso de la papelera tucumana (fundada por el Grupo Bulgheroni en la Dictadura, luego quebrada en 1993 y vendida al entonces presidente de la Cámara de Diputados el ultramenemista Alberto Pierri), la Cámara Federal de Tucumán entendió “acreditado que realiza una actividad en sí misma contaminante” y dispuso el procesamiento penal de los responsables de esa empresa por incumplimiento de la Ley 24.051, de protección del medio ambiente, resolución judicial en cierto modo histórica porque es la primera vez que en América Latina se procesa a una pastera de celulosa.

Por su parte un ambientalista uruguayo, Ricardo Carrere, de la ONG Guayubirá, envió una carta abierta al gobierno de su país, firmada por decenas de investigadores universitarios, en la que da cuenta de una investigación en Misiones, donde observó la contaminación del Alto Paraná por papeleras que utilizan una tecnología parcialmente libre de cloro similar a la que emplearán las fábricas de Fray Bentos.

Carrere comprobó no sólo "el lamentable estado del río, donde los peces han desaparecido, las aves brillan por su ausencia y el aire huele a huevo podrido" sino que advirtió un problema adicional: el reemplazo de la biodiversidad propia de la selva misionera por uniformes plantaciones de pinos no puede ser considerado “reforestación” porque, entre otras cosas, sólo crecen una o dos especies de árboles que “florecen en la misma época”, producen enormes cantidades de polen que traen problemas respiratorios y alérgicos y, encima, "el alto consumo de agua hace desaparecer a las ranas, que controlaban la población de mosquitos". Y así siguiendo.

Pero aquí la esencia del asunto sigue siendo colocada al margen. Los medios argentinos en general se ocupan de los aspectos político-económicos del conflicto, pero no van al meollo de la cuestión.

Así, la semana pasada el influyente periodista Joaquín Morales Solá, en La Nación, señaló que en el diferendo con Uruguay las papeleras son “rehenes de la política” y acusó al gobierno de ser causante de que España no nos considere “aliado fundamental”, rol que en cambio sí aplica a México, Brasil y Chile. Según él, el conflicto por las papeleras de Fray Bentos es el “principal problema” del a su juicio desfalleciente Mercosur.

Y se detuvo además en ciertas groserías de Jorge Argüello, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la cámara baja, para concluir que “no habrá solución” sin acuerdo entre los gobiernos de ambas orillas, lo cual es cierto.

Pero esos argumentos de buen efecto, sin embargo, no apuntan a lo esencial: que más allá de la reconcialición posible —y deseable— la cuestión de las papeleras ha sobrepasado todo. Ya no es asunto vecinal ni de corte de puentes; ni de tamaño de inversiones ni de industrializaciones de un lado o del otro; ni de relaciones bilaterales embarradas por múltiples necedades en ambos países. No, es una cuestión de supervivencia ambiental de las naciones.

Es indudable que la sociedad argentina está empezando a darse cuenta —y la uruguaya algo menos todavía— de que más allá de retóricas, sainetes y fintas, lo que está en juego es el aire que todos respiramos, el agua que todos bebemos, la calidad del espacio real que todos habitamos.

Para ello es indispensable que no se construyan fábricas contaminantes, papeleras o de lo que sea, y que se apliquen firmes controles antipolución tanto en materia de producción como de limpieza de los efluentes.

Por eso, aun en el caso de que Kirchner y Tabaré concretasen el acuerdo insinuado en Chile, y aun si hoy mismo una comisión binacional supervisase la construcción de las pasteras de Fray Bentos y se aplicase una tecnología de cero cloro, igualmente el problema ambiental sería ya una prioridad para los pueblos.

Guste o no guste a políticos y periodistas —y se tape o se niegue más o menos la realidad—, todo indica que el ambientalismo en los próximos años será cada vez más conciente y más militante.

Lo que no es poco y era hora —cabe repetirlo— porque la Argentina es hoy, en sí misma, un desastre ecológico.

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