40 Años Después: Los Bastones Largos Y La Lectura Corta
Mempo Giardinelli: El artículo del escritor y periodista chaqueño fue publicado en el número 177 de la Revista DEBATE, aparecida el jueves 3 de agosto de 2006.
Cuando en todo el país se debate una nueva Ley Nacional de Educación, la semana pasada se cumplieron 40 años de la llamada Noche de los Bastones Largos, seguramente el golpe más brutal que recibiera la educación en la Argentina y quizás en toda América Latina.
El adjetivo —“brutal”— es sin dudas el adecuado, porque lo acontecido aquella noche del 29 de julio de 1966 en la Universidad de Buenos Aires resume, en cierto sentido, la historia entera del permanente y costosísimo retroceso de la Educación en la Argentina de las últimas décadas.
Hay fotos impresionantes que muestran a los esbirros del dictador Juan Carlos Onganía apaleando a profesores y estudiantes, que se cubren las cabezas con las manos, a las puertas del entonces flamante campus junto al Río de la Plata y en otras sedes de la ciudad de Buenos Aires.
Aquella noche feroz que hoy es nuestra más luctuosa efeméride universitaria, fue el punto de partida de las políticas antieducativas que con el tiempo perfeccionaron las entonces incipientes políticas de “ajuste” económico.
Le tocó al onganiato y a las fuerzas armadas de entonces (que habían asaltado el poder sólo un mes antes, al desplazar al Presidente Arturo Illia) iniciar el desguase de la educación sarmientina de la ley 1420 y la vocación reformadora y progresista de la universidad argentina posterior a la gloriosa Reforma cordobesa de 1918.
También esa brutalidad fue narrada muchas veces por sus víctimas. Pero lo que no es tan conocido es el resultado exacto y concreto de aquella noche desgraciada en la que, tras decretarse la intervención de las universidades nacionales y la supresión de todos los organismos estudiantiles, se ordenó a la policía desalojar y reprimir a estudiantes y profesores, lo cual se hizo juntamente con la destrucción de laboratorios y bibliotecas, y hasta de la más novedosa adquisición de la época: la primera computadora del país, llamada “Clementina”, y que era un orgullo latinoamericano desde que en 1961 la instalara el célebre científico Manuel Sadosky, entonces Vicedecano de Exactas.
A consecuencia de tanta bestialidad, unos 400 estudiantes y profesores fueron heridos y detenidos, renunciaron a sus puestos todos los decanos de la UBA y 1.400 docentes; y se produjo el éxodo inmediato de 301 profesores e investigadores (de los que 215 eran científicos) que abandonaron la Argentina. La mayoría aceptó contratos de universidades de Chile, Venezuela y México; 94 se radicaron en los Estados Unidos y 41 en Europa.
Al día siguiente Onganía firmó el decreto clausurando todas las universidades del país por el término de tres semanas. Al cabo de las cuales asumió como rector-interventor de la UBA un oscuro penalista que había sido juez, llamado Luis Botet, cuya proclama ideológica fue: “La autoridad está por encima de la ciencia”. Y así fue, nomás, para desdicha y verguenza de esta República.
La investigación científica fue fracturada (todavía hoy no nos recuperamos en ese terreno) y desde entonces la universidad y el conocimiento pasaron a ser sospechosos, sus instituciones vigiladas y la actividad política estudiantil mal vista e incluso proscripta como durante la dictadura de una década después.
Otra pérdida institucional de aquella noche infame fue la amputación del extraordinario desarrollo de EUDEBA, la editorial universitaria de la UBA: creada en 1958 por ese extraordinario editor que fue Boris Spivacow (quien renunció de inmediato y fundó después el Centro Editor de América Latina), Eudeba en esos ocho brillantes años y bajo el lema “Libros para todos" había publicado 802 títulos nuevos, 281 reediciones y 11.461.032 ejemplares vendidos a precios populares. Era una empresa superavitaria y autónoma, y una de las principales casas editoras del continente.
Mencionar todo lo anterior es clave para entender lo que vino después, o sea el deterioro sistemático de la producción de conocimientos, del sistema educativo público en todos los niveles, de las bibliotecas públicas y las populares, y correlativamente de la industria editorial y la producción de libros.
Lenta y perversamente se abrió el camino para la imposición —sin límites ni controles— del mayor fenómeno tecnológico de masas de la época: la televisión como nueva “educadora”, constructora de paradigmas elementales, retrógrados y violentos en nombre de una dudosa, cuestionable “cultura popular”.
No voy a historiar aquí el proceso. Lo hace muy bien Francisco Romero en un libro necesario: Culturicidio. Historia de la Educación Argentina, 1966-2004 que explica en detalle cómo la educación pública argentina fue bombardeada hasta que se logró abatirla, y todo por su único pecado de ser constructora de ciudadanía y pensamiento independiente.
Asociar esa noche medieval de la reciente historia argentina con la discusión de la nueva Ley de Educación (de la que están participando miles de docentes en todas las provincias, y todo tipo de entidades, asociaciones, sindicatos y personas) coincide, en mi caso, con la terminación de un libro titulado Volver a leer. Propuestas para ser una Nación de lectores.
En él señalo que la problemática de la lectura y su crisis que hoy impacta en todos los sectores sociales, está cruzada con la crisis de la Educación. Y las evidencias están a la vista: se ha deteriorado notoriamente la costumbre de leer, son cada vez menos las personas lectoras y la sociedad parece convencida de que el libro y la lectura están en una misma crisis y son lo mismo.
Y no lo son, porque el libro es un objeto de consumo, un bien transable, y sobre todo últimamente responde a lógicas y estrategias de comercialización, mientras que la lectura es una actividad mucho más esencial y formadora.
Y aunque quizás en la lectura no hubo un hito como ˜la noche de los bastones largos˜, en la misma medida en que se destruía la educación se frustraba la posibilidad de ser una nación de lectores y así lo impuso la feroz censura que prohibió y quemó millones de libros en el marco de una cultura del miedo cuyos efectos no terminan de cesar.
Hoy, para la Nueva Ley, los temas que están en debate son, por lo menos: derecho social a la educación; igualdad de condiciones para el acceso y permanencia escolar; obligatoriedad de la educación para todos los niveles (inicial, primario y secundario); unificación estructural del Sistema Educativo Nacional hoy fragmentado; armonización de la nueva Ley con la de Financiamiento Educativo que establece un piso del 6% del presupuesto nacional destinado a Educación; y formación docente gratuita y continua garantizada.
No deja de ser oportuno que este debate se enmarque en la memoria de aquella noche espantosa. Hay una frase memorable del hasta aquella noche Rector de la Universidad de Buenos Aires, Don Hilario Fernández Long, adecuada para cerrar este texto:
“En este día aciago en que se ha quebrantado en forma total la vigencia de la Constitución, hacemos un llamado a los claustros universitarios en el sentido de que sigan defendiendo como hasta ahora la autonomía universitaria. La Universidad no es una máquina ni una razón; es una voluntad decidida a iluminar los caminos más difíciles”.
Que así sea.
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