Docentes del Chaco y Sus Vivencias -Argentina- "Un pueblo inculto es más fácil de dominar"

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jueves, marzo 30, 2006

Tanta Conexión, Tan Poca Comunicación

* Publicado en el diario La Nación el 19 de marzo de 2006.
Por: Sergio Sinay.
Cell Phone 4
En la Argentina, dicen los datos de una consultora, 18 millones de personas usan teléfonos celulares. Existen, asegura otra fuente, entre ocho y nueve millones de usuarios de Internet. Y hay alrededor de dos millones y medio de cuentas de correo electrónico.

¿Millones de celulares y de cuentas de correo electrónico y de “chateadores” (conversadores cibernéticos, a veces de tiempo completo) son testimonio, entonces, de un mundo más comunicado? La respuesta pide que quitemos la vista de las cifras y estadísticas para posarla en las personas.

Podríamos ver, así, parejas que transcurren un almuerzo completo (están ahí, en cualquier restaurante) con uno de ellos aferrado a su celular, en una o en varias conversaciones en serie. No cruzan palabra entre sí. No se miran. Veríamos familias que, en apariencia, comparten una actividad, en donde uno o más de sus componentes están de cuerpo presente, pero ausentes desde lo vincular. Se los ve rehenes de su celular.

En aeropuertos, salas de espera, supermercados, centros comerciales (esos sitios que el antropólogo francés Marc Augé denominó no lugares) nos encontraremos con seres mudos, sin contacto entre sí, con sus miradas absortas en las pantallas o perdidas en el vacío mientras sus orejas (que no oídos) están pegadas a un auricular.

En las calles veremos amigos, matrimonios, padres e hijos, que caminan como si anduvieran por rieles paralelos, que no se tocan, mientras hablan, tecnología mediante, con alguien que no está allí. Entretanto, llueve sobre nosotros una incitación cotidiana: ¡conectate!

El celular, el correo electrónico y toda la parafernalia comunicante de nuestra era tienen la virtud de abreviar los tiempos y hacer desaparecer los espacios que nos separan de otros. Son medios para salvar distancias con diferentes propósitos (afectivos, médicos, económicos, comerciales, científicos, deportivos, informativos, etcétera).

El problema con los medios de cualquier tipo surge cuando se convierten en fines. Y quizá sea tiempo de preguntarnos si estos medios de comunicación no se han convertido en fines en sí mismos. De a poco se desplaza la cualidad del servicio y aparece la de símbolo de identidad.

Sin celular, sin cuenta de correo electrónico, se corre el riesgo de empezar a quedar afuera de ciertos vínculos y actividades. Escuché decir hace pocos días a una mujer de 35 años, tras haber salido con un hombre: “Me encanta, es inteligente, me atrae, pero no tiene celular, ¿qué puedo esperar de él?”.

La comunicación ya no es lo importante, sino el objeto, el aparato, el artefacto. El medio es el fin. De hecho el uso del celular en ciertos lugares donde se necesita silencio, sólo interrumpe la comunicación de los demás, del prójimo.

El 90% de los mensajes electrónicos, admiten los estadígrafos, es correo basura (spam). La comunicación en sí importa cada vez menos. Ya no se trata de alcanzar al otro en un lazo esencial que nos recuerda nuestro vínculo, nuestra calidad de semejantes.

Lo que cuenta es la apariencia: aparentar que se está comunicado. Que me llaman, que llamo, que no estoy solo. Hay que aparentar que se está ocupado y contactado, que se pertenece al universo virtual de los conectados.

Mientras más mensajes cruzan el espacio, menos contactos ciertos, con soporte y significado, con presencia y compromiso, parece haber entre las personas. Si nos prometemos con un amigo una charla con tiempo y sin celulares que nos interrumpan, aparecerán los temas postergados, las necesidades desoídas del alma. Invito a realizar esta experiencia.

Vivimos una era de contactos virtuales y soledades reales. El uso que se le está dando a los aparatos de comunicación no hace más que subrayar esto, lo profundiza. Quizá debamos volver a las herramientas de enlace imperecederas y esenciales, aquellas que siempre, han estado en nosotros.

La mirada, la palabra, la presencia, la escucha receptiva, la palabra elegida desde la empatía, el registro emocional.

Quizás una comunicación de este tipo resulte “lenta” y hasta precaria para quienes sustituyen el contacto por la conexión. Y tendrán razón. La verdadera comunicación entre las personas requiere tiempo, constancia, dedicación. Es un arte y, como todas las artes, necesita de un proceso sutil. Su resultado es el encuentro, la comunión.

De lo contrario, podremos estar muy conectados (a la Red, a este aparato, al otro artefacto) y, sin embargo, muy solos.

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