Docentes del Chaco y Sus Vivencias -Argentina- "Un pueblo inculto es más fácil de dominar"

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lunes, agosto 20, 2007

El Dolor De Los Aborígenes Abandonados

La NaciOnline - Lunes 20 de agosto de 2007.
Tombstone
Quienes viven en El Impenetrable denunciaron desatención médica; el hambre extremo se cobró 11 vidas en el último mes.

EL ESPINILLO, Chaco.- El algarrobo era el árbol predilecto de María del Carmen Moreyra. Solía juntar sus frutos para elaborar harina y preparar alimentos. Pero ella ya no está. Murió el 7 de este mes de desnutrición, cáncer y abandono. Su tumba, todavía con la tierra removida, recibe la sombra de uno de esos míticos árboles del norte argentino que también soportan el azote del hombre.

Apenas unas flores de plástico y una vara de madera, a la espera de una cruz digna, adornan su lecho a pocos pasos de su vivienda en el paraje Pozo de la China, a 5 kilómetros de El Espinillo y a 392 de la capital provincial.

"Nos mandaron del hospital a casa sin ningún medicamento porque sufría de algo incurable y estaba muy delgada", recuerda Avallay Monzón, su marido, con quien compartió 30 años y formó una familia de seis hijos y muchos nietos. María del Carmen fue dada de alta del hospital de Castelli 10 días antes de su fallecimiento.

"En sus últimos días, nos quedamos sin comida -dice Avallay, y llora mientras relata su experiencia-, y fui hasta el puesto sanitario [en El Espinillo] a pedir una caja de alimentos para ella. No me la dieron porque había una lista grande de necesitados. Yo tengo paciencia, entiendo las cosas, pero me sentía muy mal y cuando volví le dije que la íbamos a recibir. Le mentí para darle esperanza. Era mi mujer a la que tanto he amado."

Ayer, LA NACION relató la historia de quienes padecen la desnutrición y el abandono sanitario que ya provocó 11 muertes en el último mes en la zona de El Impenetrable, un lugar agreste, aunque de fácil acceso y para nada recóndito, a pesar de su nombre. Hoy, el viaje continúa por los testimonios y el dolor de quienes sufrieron la pérdida de sus seres queridos en situaciones que parecerían evitables o, en todo caso, menos degradantes.

"Durante tres años no la visitó nadie del cuerpo médico de El Espinillo; yo la acompañaba al hospital de Castelli [a 94 kilómetros de distancia], hasta que una vez nos dejaron afuera sin ropa y todos mojados ... No podíamos aguantar el frío. Mi madre sufrió mucho", dijo, lamentándose, uno de sus hijos, Rubén Monzón, parado al pie de la tumba.

"Me dejó un mensaje: que tengo que cuidar a los nietos, a mi papá y sus cositas, sus herramientas y cubiertos", añadió. Nancy, su hija de 9 años, nieta de María del Carmen, escucha las palabras de Rubén: "A veces comemos; otras, no. Ella -dice, y señala a Nancy- está con bajo peso y no hay trabajo."

Una senda de tierra llega hasta la casa de los Monzón. En los alrededores viven otras 38 familias aborígenes. Apenas los visitantes descienden del auto, la familia entera se acerca feliz de recibir a alguien. Ni la falta de comida, la pobreza extrema, el Chagas y la tuberculosis parecen derrotar la hospitalidad del pueblo toba.

"Antes podíamos de vez en cuando comprar una bolsa de harina; ahora es peor, porque todo aumentó [cuesta ahora 80 pesos] y ya no hay manera de comprarla", se lamentó Avallay, que ese día aún no sabía qué comería su familia. La harina y la grasa constituyen, prácticamente, la base alimentaria de quienes habitan el monte chaqueño.

"La extrañamos mucho"
El 10 de julio pasado, Mabel Pino Fernández, de 45 años, fue dada de alta del hospital de Castelli con sólo 25 kilos. "Paciente en condiciones de alta hospitalaria. Se envía epicrisis a El Espinillo", señaló, de todo modos, el último parte médico firmado por la médica, matrícula 5003, Gabriela Evelin Benítez. A los ocho días, Mabel murió en su casa, en un barrio de El Espinillo, en un estado de completa inanición, con presuntos signos de tuberculosis y mal de Chagas.

"Falleció porque no se podía aguantar más. Le agarró dolor en el pecho y fiebre, y no le traían nada", comenta Roberto Castillo, su hijo, de 27 años. Junto con Silvia, de 15, y Johana, de 12, quedaron solos en la casa mientras su padre buscaba, quién sabe dónde, algo para comer. "La extrañamos mucho; no podemos salir de la tristeza", agregó el joven.

Hasta que dialogaron con LA NACION, por la tarde, ninguno había comido, y el día anterior habían tenido la fortuna de hacerse de un plato de comida en una sede partidaria en el pueblo.

El umbral entre la vida y la muerte es delgado, imperceptible y peligroso por esta región de la Argentina. Quienes sufren de desnutrición, sin embargo, soportan su estado, casi infringiendo las leyes naturales, para dar testimonio de que algo no está bien, nada bien.
Por Franco Varise
Enviado especial

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